El Paisaje

Cuando nos adentramos en la Alpujarra, la blancura de los pueblos los resalta en el paisaje a lo lejos, salpicando aquí y allí, como manchas blancas en la inmensidad de la mole montañosa asomados al borde de los barrancos muchos de ellos, donde la temperatura es más cálida que en los valles y las vaguadas.

En sus orígenes las casas no se pintaban, como apuntaba Gerónimo Münzer en 1494, y justo cuatro siglos más tarde, el doctor Olóriz en el viaje que realizó en el verano de 1894 a la Alpujarra con motivo de un estudio antropológico de sus pobladores.

“Se ve un barrio alto con las casas alienadas, grises y como una serie de dados puestos en fila, cuyos puntos negros fueran las ventanas. Allí, para que el símil sea admisible, es necesario suponer que los dados tuvieran sus facetas grasientas y ensuciadas por las manos de los jugadores. El resto del pueblo, en apretada e importante masa de edificios, en cuyo centro está la iglesia, parece por las formas rectangulares de ellos, la falta de tejados y la disposición escalonada e irregular que ofrecen, como si un crecido montón de los mismos dados que antes dije se hubieran derrumbado hacia el barranco, quedando todos sobre una de sus caras.

Apenas hay una docena de casas blancas... las demás, es decir, la inmensa mayoría parecen a distancia como ahumadas por un incendio, porque las piedras y pizarras de que están construidas conservan su color propio oscuro y no se revisten con yeso ni cal exterior ni aún interiormente en muchas viviendas.”

Olóriz Aguilera, F. Diario[3]... Pág. 239 y 264

Este otro texto se escribió medio siglo después.



"Las casas alpujarreñas están construidas a manera de escaleras, que desde la lejanía parecen brochazos blancos de cal sobre la verde ladera. Valles al abismo, sierras al cielo, caminos estrechos y barrancales sin salida. El aspecto de los pueblos de la Alpujarra está condicionado por la orografía del lugar. Muchos de estos terrenos son movedizos, como se ve claramente en los desprendimientos de las carreteras.

López Méndez, H. La Alpujarra: ... Pág. 39

Los colores del paisaje, en su variedad de tonos, adoptan combinaciones diversas según la estación del año. En invierno dominan los grisáceos, ocres y verdes oscuros; en primavera una amplia gama de verdes; en verano hacen acto de presencia otros más cálidos, y se pueden contemplar sobre las terrazas, las ropas tendidas secándose al sol, junto a las ristras de frutos y vegetales formando manchas de colores.

"En las terrazas, como si fueran alfombras policromadas, se secan las panochas de maíz, las habichuelas, los higos, los tomates y esas ristras de pimientos colorados, muchos de ellos picantes como mostaza y a los que son tan aficionados los campesinos, que los comen con las gachas coloradas y las migas de harina."

López Méndez, H. La Alpujarra: ... Pág. 40

En otoño, se produce un festival de colores, época en la que suelen caer las primeras nevadas, lo que ayuda aún más a acentuar los contrastes del paisaje, sobre todo después de que la lluvia halla limpiado la atmósfera y el sol alumbre en el cielo, ¡todo un espectáculo digno de contemplar!


LOS CORTIJOS Y LAS ERAS

En el monte aparecen otras construcciones mimetizadas con el paisaje, más rústicas aún si cabe, y que sirven como casas de verano, para las faenas de campo y encerrar la ganadería. Muchas de estas construcciones están habitadas permanentemente hoy.

"...hay casas dispersas en medio de las labores, que los naturales llaman pomposamente <<cortijos>> y que sólo se usan durante algunos meses del verano. Remedan[4] las casas de pueblo con severa austeridad, reduciéndose a lo estrictamente indispensable: planta única, una sola habitación rectangular de techos muy bajos, que tiene adosado un corral con cobertizo."

Navarro Alcalá-Zamora, P. Mecina (...) Pág. 81


Ilustración nº 15.2.- Cortijo en el Barranco de la Bina (Trevélez)


Asociado al cortijo aparece la era, un espacio abierto más o menos circular y enlosado donde se trillan las mieses, o sea, se separa la paja del grano, que luego se utilizará para hacer la harina.


Ilustración nº 16.- Sección general y planos de Planta de dos eras diferentes. Una tiene diseño en estrella y la otra marca el centro mediante una losa perforada. Los diseños de las eras, si los tienen, son apreciables mirándolas desde mayor altura, para lo que podemos ascender unos metros sobre la ladera en la que se encuentran. Por lo general se trata nada más que de una extensión de pizarras o losas colocadas arbitrariamente, que tampoco tienen por qué guardar precisamente una forma circular perfecta. Estos diseños concretos los encontré en Mairena.



LAS ACEQUIAS Y LAS ALBERCAS


Otro elemento integrante del paisaje son las acequias, que arrancan algunas desde alturas superiores a los 2500 metros, y se distinguen de lejos porque en sus márgenes crece la vegetación más verde, formando largas hileras características.

Las acequias se construyeron en tiempos de la dominación musulmana, y aún hoy muchas de ellas, sin ningún tipo de obra de reparación, siguen llevando el agua como el primer día. El fondo es de launa con lo que se logra su impermeabilización. Los laterales son porosos y la humedad que se filtra favorece el crecimiento de plantas hidrófilas que dan consistencia a la construcción y al terreno circundante, evitándose la apertura de bocanas, la erosión de las laderas y los derrumbamientos. En los cambios bruscos de pendientes se construyen caeros.

Algunas de las acequias existentes en la zona son: Acequias Alta, Clavellina y Rascabejar en Lanjarón. Acequia de Barjás y Grande en Cáñar. Acequia del Almiar en Soportújar. Acequia de la Andadera, Alta y Baja en Capileira. Acequia de Castillejos en Bubión. Acequia de Vacares y de las Albardas en Trevélez. Acequia de Juviles en Juviles...y un sinfín más.

Es interesante resaltar el motivo que pudo dar lugar al nombre de cada una de las acequias. Algunos caen por su propio peso: acequias Alta y Baja, Grande, Gorda... ¡sobre todo esta última! El de otras se podría deducir, por ejemplo, la acequia Clavellina porque debe o debía de haber bastantes flores de este tipo en sus inmediaciones; la de Andadera porque su trayectoria debe de ser fácil de recorrer a pie; o la del Almiar porque debe de pasar o surtir de agua el lugar donde los campesinos formaban estos montones de paja... Sin duda que sería interesante emplear algún tiempo para recorrer y averiguar más sobre estos canales.

Las albercas se construyen al paso de las acequias que no llevan caudal continuo y en previsión de falta de agua por sequías u otros motivos. Se realizan vaciando el terreno, y suelen disponer de al menos un lateral con pendiente suave o carril de acceso interior para facilitar su mantenimiento. El fondo suele impermeabilizarse de launa. La salida se realiza abriendo una brecha en el extremo por donde se quiera causar el desagüe, hasta llegar a la profundidad máxima. En el fondo de la brecha se construye una especie de canaleta cerrada con losas de pizarra en la base, laterales y techo en todo el ancho del muro, y de la suficiente dimensión como para que un hombre pueda agacharse e introduciendo el brazo, retire o coloque el tapón del desagüe de la alberca, que suele construirse con un cilindro de madera de 10 o 12 cm de diámetro y algo más de largo. La brecha abierta con motivo de la construcción de la boca de salida, se vuelve a tapar hasta la coronación de la alberca impermeabilizando con launa si es necesario, con lo que queda así totalmente lista y preparada para recibir agua.
Ilustración nº 17.- Plano de planta de una alberca. Se distingue el hueco de la alberca en sí con la rampa de acceso, la entrada de agua o llenado, que se logra haciendo una desviación de la acequia principal, y el vaciado inferior o piquera.

También se suele disponer de un rebosadero o sangría, que vierte sobre la acequia cuando la alberca está llena, evitando que se desborde.
Ilustración nº 18.- Sección S-S de la misma alberca. Arriba a la izquierda se aprecian la entrada del agua y el vaciado superior o sangría. Abajo a la izquierda el vaciado inferior o piquera con el tapón “colocao”. Las ranas se fueron con la cantimplora a buscar agua.


LOS BANCALES

También llamados paratas y a veces poyatas, son el resultado de una labor artesanal de siglos, dirigida al desarrollo de la principal actividad en la Alpujarra: la agricultura y la necesidad de disponer el terreno lo más horizontal posible.

Los balates se construían de mampostería en seco trabada con ripios, lo que además de permitirles adaptarse a los pequeños movimientos del terreno sin quebrarse, facilitaba el drenaje de toda el agua que filtraba detrás del mismo, tirándola por las juntas. Otros se construían trabando la piedra con argamasa de barro, lo que le confería mayor solidez a la construcción.


LOS CAMINOS

En el paisaje, los caminos se divisan serpenteantes, y por lo general abruptos, estrechos y empinados, poniendo en comunicación los pueblos, los barrios y los cortijos. Con la llegada de las carreteras, estas vías naturales han ido perdiendo en importancia, siendo relegadas al paso de los animales, y de las cada vez menos personas; aunque últimamente están tomando mayor auge gracias al senderismo, y a la reutilización de los cortijos, sin llegar a lo que antaño fueron.

En muchos barrancos, aún hoy, con nada más que asomarse (con cuidado) por debajo de los puentes actuales, se pueden descubrir los restos de aquellos otros antiguos que sirvieron para enlazar los caminos de herradura a ambos lados del río; y los hay que hasta se conservan en pie como es el puente romano de Mecina-Bombarón.


LOS MOLINOS DE AGUA

Como los cortijos, se encuentran dispersos pero localizados a lo largo de los cauces de agua, que por discurrir estos por los barrancos y tupidos de vegetación, hacen que estas construcciones pasen bastante desapercibidas al transeúnte indiferente.

“Los molinos de aceite y harina, construidos con piedra y movidos por agua, son numerosos. Algunos de ellos datan de la ocupación musulmana de la Alpujarra.

Se los puede ver en el barranco de Poqueira, debajo de Pampaneira, en el de los Molinos a la salida de Pitres, en los alrededores de los pueblos de Trevélez, de Válor y de Torvizcón, así como a lo largo del torrente de los Molinos, entre Mecina Tedel y Cojáyar, en la Contraviesa. Poco a poco son reemplazados por molinos de motor (petróleo o electricidad) de una arquitectura moderna y no siempre afortunada.

El agua llega al molino por un canal llamado el caz. Después es conducida por una especie de alta chimenea rectangular, el cubo, que sobrepasa la construcción, para finalmente caer sobre la rodezna que, todavía en nuestros días, puede ser enteramente de madera. Esta ocupa una posición horizontal, golpeando el agua oblicuamente las paletas. Pone también en movimiento la piedra de moler, situada en un plano inferior. El agua sale del molino por uno o dos canales, los carabos.”

Spahni, J-C. L´Alpujarra. Pág. 103

Ilustración nº 18.2.- Molino de agua en el río Poqueira

[3] Tomado del libro “Diario de la expedición antropológica a la Alpujarra en 1894”. Estudios preliminares de Miguel Guirao Pérez, Juan del Pino Artacho y Francisco Izquierdo Martínez. Colección “Sierra Nevada y la Alpujarra”. Iniciativas Líder Alpujarra, S.A. y Fundación Caja de Granada.

[4] Remedan = Imitan

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