Conclusión

Unas Palabras para la Polémica

Para terminar, aún pareciendo algo atrevido, quisiera expresar mi opinión personal sobre todo lo dicho anteriormente, que de por sí ha sido ya un gran atrevimiento. Quiero señalar que aquél que crea que la arquitectura alpujarreña es todo lo que hemos visto y hablado, está equivocado; porque lo visto es, digamos, sólo una generalidad. A buen seguro que una vez editada esta obra, en muchos de los paseos que me gusta dar por los pueblos y cortijos, continuaré observando detalles nuevos que antes había pasado por alto, y diré: ¡Me cachis! ¡Esto que estoy viendo se me ha pasado por alto! o ¡esta calle no la había pisado nunca! o ¡se me olvidó mencionar esto tan importante! Y es que éste es otro de los encantos que posee: el que siempre queda un recoveco, un dato o un detalle nuevo por descubrir. Los rincones, caprichosos, le confieren a cada lugar personalidad propia; te hacen olvidar la soledad cuando estás solo, y disfrutar de tu compañía cuando los compartes. Esta sensación está muy lejana a aquella otra que se siente cuando se camina por muchas calles impersonales de las aglomeraciones urbanas.

Y es que es imposible abarcarlo todo en este insignificante librito, todo lo que ha sido y todo lo que será. Me explico:

La arquitectura alpujarreña ha demostrado ser una arquitectura viva, cambiante; adaptable a los cambios que los tiempos iban trayendo. ¡Ojo!. No estoy justificando el ejercicio de ciertas prácticas que se pueden traducir en la colocación generosa tanto de materiales, como de la ejecución de formas constructivas que nada tienen que ver con las de la comarca (tejados de uralita, paredes de bloque, revestimientos de gres en fachadas, revestimientos de ladrillo visto, puertas de hierro o prefabricadas de madera con motivos decorativos de lazos y hojas, ventanas de aluminio, canalones y bajantes de PVC, bloques de varias plantas cuadrados como cajas, etc.) todas barbaridades y auténticas aberraciones que sólo se pueden justificar por la ignorancia. Pero tampoco nos podemos negar a que se produzca cierta evolución moderada y controlada, sin dejar de conservar las construcciones más antiguas, a ser posible, tal y como eran antiguamente.

¿Cómo luchar contra la evolución si la evolución es la clave de la supervivencia? Si quisiéramos regresar a aquella arquitectura primitiva que encontraron los repobladores del siglo XVI o a la de principio de siglo, habría que, para empezar, eliminar todos los aseos y baños de nuestras casas, prescindir del alumbrado eléctrico, del agua corriente; habría que cambiar las puertas (que si las colocásemos de su altura original más de uno se abriría la frente); derribar por entero las casas construidas de hormigón armado... ¡Qué tonterías digo! ¿Quién quiere prescindir de las comodidades modernas? Como vemos, al final se hace inevitable combinar el tipismo tradicional con los avances tecnológicos; por lo que cambiaría el calificativo de que muchos autores hablan, “arquitectura vernácula”, por el de “arquitectura híbrida alpujarreña”: casas modernas y funcionales por dentro, típicas por fuera. 

Así pues, el equilibrio parece estar en esta arquitectura híbrida que poco a poco se está imponiendo con razón. Este ha sido y está siendo el último avance evolutivo de la arquitectura alpujarreña. Dentro de 100 años, no sabemos.

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